Los estudios científicos confirman que cada generación duerme peor que la anterior, teniendo problemas para conciliar el sueño, lo que constituye un motivo de preocupación para las autoridades sanitarias, dado que dormir poco y mal va perjudicando sin darnos cuenta nuestra salud.
Todas las personas adultas deberíamos disfrutar entre 7 y 9 horas de un sueño de calidad. Por cierto, según algunas investigaciones, las mujeres necesitan dormir unos 20 minutos más que los hombres. Ello podría atribuirse a una mayor complejidad de las estructuras cerebrales femeninas, según miembros de la Sociedad Española del Sueño (SES).
Pues bien, nuestros bisabuelos apenas tenían medios para iluminar las noches. Ello significaba muchas horas de oscuridad, especialmente en invierno. Y, como ya sabemos, la oscuridad invita al organismo a producir melatonina, la hormona del sueño. Si a ello le unimos un mayor desgaste físico (el trabajo en el campo, en las fábricas o en el hogar) parece lógico que durmieran a pierna suelta con más facilidad.
Con la luz eléctrica, las noches se acortaron y los horarios de las personas empezaron a separarse de los horarios naturales. La aparición de las máquinas en todos los ámbitos de la vida (desde la industria a la agricultura, sin olvidar los coches y las lavadoras) hace que lleguemos mucho menos cansados físicamente al final del día. Consecuencia: más tiempo despiertos.
Hace unas tres generaciones, la televisión hizo que nos acostáramos cada día más tarde. Por su parte, los horarios intensivos provocaron que el despertador sonara cada día más temprano. Pero eso no es todo: las crecientes responsabilidades laborales y familiares incrementan el estrés, y ver algunos programas y películas en horario nocturno nos deja desvelados. Hábitos como el café y las bebidas alcohólicas o energéticas hacen el resto. En resumen: nuestros padres dormían mejor y nuestros hijos dormirán peor.
Porque cuando parecía que ya nada podía robarnos más tiempo para dormir, irrumpen los dispositivos móviles en nuestras vidas. Si bien es cierto que sustituyen la televisión (si no estuviéramos dándole a la tableta estaríamos viendo el “reality” de turno), no es menos cierto que resultan perjudiciales para la conciliación del sueño. La explicación está en la retroiluminación de móviles y tabletas. La luz que emiten las pantallas (llamada “luz azul”) es capaz de engañar a nuestro cerebro, que al recibir este estímulo luminoso desactiva la formación natural de melatonina y ello retrasa la llegada del sueño.
En resumen, que el día no tiene más de 24 horas y al menos 7 de ellas deberíamos dedicarlas a dormir de una forma plácida y reparadora, en beneficio de la salud. Y aunque hay muchos consejos para dormir que podríamos recordar, hay uno fundamental: en todo lo relacionado con el sueño, lo mejor es no alejarnos de los ritmos que marca la Naturaleza.
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